Al igual que los italianos están muy orgullosos de su genial Leonardo Da Vinci, modelo ideal de hombre del Renacimiento, los españoles lo estamos de Leonardo Torres Quevedo, ejemplo de hombre práctico y futurista. Este santanderino, ingeniero e inventor, nacido en 1852 nos ha posicionado en los puestos más altos de la ingeniería mundial (electromecánica) siendo pionero en la creación de las máquinas calculadoras digitales y aplicaciones vanguardistas en aeronáutica. El posterior desarrollo de la electrónica ha hecho posible, industrial y comercialmente, construir máquinas de las características propuestas por él.
Sus padres le transmitieron gran afición por las Matemáticas y la Mecánica, que tanto le sirvieron en su carrera de inventor, también austeridad, tesón y pasión por el trabajo. Al finalizar el Bachillerato continuó sus estudios en París; además de aprender francés consiguió establecer buenas relaciones con personalidades e instituciones científicas como la Academia de Ciencias de París.
Volvió a Bilbao y aunque sus padres vivían en Andalucía (su padre era ingeniero del ferrocarril Sevilla-Cádiz), quedó alojado en casa de unas parientes (señoritas Barrenechea), de las que más tarde heredaría la fortuna que le dio la posibilidad de independizarse de la profesión de ingeniero y dedicarse en exclusiva a sus inventos. En 1870 su familia se instala en Madrid y allí estudia la carrera de Ingeniero de Puertos, Caminos y Canales terminándola en 1876.
De joven defendió voluntariamente, junto con su hermano Luis, la ciudad de Bilbao sitiada por las tropas Carlistas. Durante un breve tiempo se dedica a trabajos ferroviarios. Recorrió Europa visitando Italia, Francia y Suiza, países donde se impregnará del progreso científico y técnico de la época y que irá poco a poco asentando y madurando lentamente a lo largo de su nueva estancia en Madrid. Como buen inventor trabajó en muchos proyectos a destacar:
a) El transbordador funicular de Monte Ulía (1907), cerca de San Sebastián y después el de las cataratas del Niágara (EE.UU. en 1916). Este último se construyó y se explotó con capital exclusivamente español.
De esta magnífica obra de ingeniería, aún hoy en funcionamiento, se escribía: “Es bastante significativo que sobre el suelo de ese nuevo mundo, cuyos ingenieros son famosos por lo atrevido de sus concepciones, este alarde mecánico haya sido realizado por un hijo de la vieja España”.
b) Las Máquinas Algebraicas y Aritmómetro (calculadoras), que con la aparición de la electricidad y la electrónica cambiarían a calculadoras electromecánicas y electrónicas (1920).
c) El Telekino, es un dispositivo de mando a distancia, utilizando ondas electromagnéticas que actúan en los sistemas de telegrafía sobre un electroimán cuya armadura se emplea en la inscripción de las señales Morse. Fue el primer aparato teledirigido del mundo, siendo Leonardo el pionero en el campo del control a distancia y de la Cibernética. Con este invento evitó arriesgar la vida de los pilotos probadores de los dirigibles.
d) En 1902 presentó, en las Academias de Ciencias de Madrid y París, un proyecto de Dirigible semirrígido que consistía en una estructura formada por tres cables flexibles meridianos de punta a punta del globo con armaduras triangulares también de cuerda, que, una vez hinchado el dirigible, quedaban tensos. Además el dirigible podía ser plegado y transportado sin dificultad. También proyectó un campamento de dirigibles, que permitía el amarre de los globos al aire libre y un barco capaz de conducir dirigibles y de recibirlos al volver de sus misiones. Junto a Alfredo Kindelán (aviador y militar considerado fundador del ejército del aire) dirigieron la construcción del primer dirigible español en el Servicio de Aerostación Militar del Ejército, situado en Guadalajara. El dirigible “España” realizó numerosos vuelos con gran éxito. Debido a problemas de financiación y otras cuestiones tecnológicas a las que se enfrentaba en 1909 vendió la patente a la firma francesa Astra, que en 1911 construyó los “Astra-Torres” que fueron adquiridos por los ejércitos francés e inglés durante la 1ª Guerra Mundial con gran éxito en tareas de protección, inspección naval y lucha submarina.
e) Ajedrecistas, el primero lo construyó él mismo en torno a 1912, y lo presentó en París en el Laboratorio de Mecánica de la Sorbona en 1914. El segundo lo termina su hijo Gonzalo, bajo su dirección hacía el 1920. Resulta más elegante de presentación y más perfeccionado técnicamente. La máquina juega al ajedrez, piensa, mueve las piezas y da sucesivos jaques por sus movimientos inteligentes hasta conseguir el jaque mate (torre y rey contra rey) que es anunciado por un gramófono y gana siempre. Hace un siglo produjo una impresionante sensación, es la primera máquina de tipo electromecánico que juega al ajedrez y constituye una de las primeras manifestaciones de inteligencia artificial.
Su mérito fue diseñar la máquina de manera que hiciera comparaciones y tomara decisiones. Disponía de las diferentes unidades que constituyen una calculadora actual: unidad aritmética, unidad de control, pequeña memoria y una máquina de escribir como periférico de salida.
Además de los inventos anteriormente comentados, a Torres Quevedo se le deben otros como el Indicador de coordenadas, el Lanza-Cables, Aparato para tomar discursos sin taquígrafo, Puntero proyectable, un Sintetizador de movimiento, una Balanza automática, una Embarcación de dos flotadores, un Buque campamento, etc. Fruto de su trabajo investigador, recibió del Rey Alfonso XIII la Medalla de Oro Echegaray, en 1916.
Torres Quevedo como creador de una nueva lengua simbólica para la descripción de las máquinas, también se hizo acreedor a ocupar un sillón en la Real Academia Española de la lengua (1920), ocupando el sillón de la letra N, anteriormente ocupado por D. Benito Pérez Galdós. En 1906 el Ateneo de Madrid le rindió un homenaje por sus meritorios trabajos, publicando un número casi monográfico, en su revista Ateneo titulado «Los inventos del Sr. Torres Quevedo. Máquinas algébricas. El telekino. Los globos dirigibles«, y en cuyo último punto se decía:
“ATENEO se atreve a pedir, por considerarlo de justicia, que no se dejen malograr los esfuerzos de una inteligencia tan privilegiada como la de Torres Quevedo por falta de medios para realizar sus concepciones; y así … pedimos al Gobierno y a las Cortes, con la confianza puesta en el porvenir, que se monte un laboratorio de Mecánica Aplicada para el desarrollo de las iniciativas del ilustre ingeniero”.
Respaldada la propuesta por personalidades de la talla de Marcelino Menéndez Pelayo, Santiago Ramón y Cajal, Ramón Menéndez Pidal, Emilia Pardo Bazán, etc., el gobierno accedió y con fecha 22 de febrero de 1907, crea bajo su dirección el denominado inicialmente Laboratorio de Mecánica Aplicada (Laboratorio de Automática) que sería construido varios años después. En él se construyeron un gran número de instrumentos científicos para Ramón y Cajal (Médico), Blas Cabrera (Físico), Ángel del Campo (Químico), José Mª Torroja (Ingeniero), Esteban Terradas (Científico) …
Como no es difícil de imaginar en nuestra querida y esquilmada España; sólo cuando empezó a ser conocido internacionalmente por sus originales inventos, el Estado le ofreció ayuda. Sus últimas aportaciones en el campo de la navegación aérea datan de 1919, con el proyecto del dirigible Hispania, concebido para el servicio regular de viajeros entre España y América, pero que no llegó a cuajar por falta de financiación.
En plena guerra civil el día 18 de diciembre de 1936, D. Leonardo Torres Quevedo fallecía a los 84 años en Madrid. Las terribles circunstancias por las que pasaba España en esos momentos hicieron que su muerte pasará un tanto inadvertida. Años después, algunas personalidades como D. Pedro González y científicos como D’Ocagne, se hicieron eco de su fallecimiento, ensalzando su gran labor científica e investigadora. El primero publicó en la Revista Matemática Hispano-Americana un sentido artículo necrológico y dio en el Instituto Francés una conferencia sobre la vida y labor de D. Leonardo; y el segundo impartiendo sendas conferencias en París y en Bruselas.
Leonardo Torres Quevedo, junto con Santiago Ramón y Cajal, son sin duda prototipos de científicos e investigadores y dos de los pilares en los que se debe apoyar la forma de hacer ciencia e investigación.
Actualmente el Museo “Torres Quevedo” contiene la colección completa de aparatos y accesorios que donó a la Escuela de Ingenieros de Caminos en 1928 e integrada en la Universidad Politécnica de Madrid desde 1971.
Como linense he disfrutado muchas veces de las magníficas instalaciones del Tenis Club ubicado en la travesía Torres Quevedo, no podía imaginar la relevancia del personaje a la que se rendían esos honores.
Notas consultadas: UPM y J. Carlos Fernández-Gallardo Alía
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