Ya no recuerdo, en mi tierna infancia, qué número aprendí primero si fue el uno (1) o el cero (0) pues ambos son fácilmente de reproducir en la arena de la playa, con una pasta blanda, con plastilina, en un papel, etc.
Es un número raro y poco querido desde el punto de vista académico ¿a quién no le horrorizaba un cero en matemáticas o en cualquier otra disciplina? También puede ser un número “entrometido” ya que según su posición puede dar alegrías o disgustos; no es lo mismo que te toquen 10 € o que tengas que pagar a Hacienda 1000 € y así podríamos ilustrar la idea con variados ejemplos.
Pero… ¿De dónde viene el cero?
Por lo investigado, los antiguos escribas babilonios no disponían de un símbolo para el cero, ellos dejaban un espacio donde debía de haber un cero lo que no era fácil de distinguir. Alrededor del 400 a. C., comenzaron a colocar el signo de «dos cuñas» en los lugares donde en nuestro sistema escribiríamos un cero, que se leía «varios». Las dos cuñas no fueron la única forma de mostrar las posiciones del cero; en una tablilla datada en el 700 a. C. encontrada en Kish, antigua ciudad de Mesopotamia al este de Babilonia, utilizaron un signo de «tres ganchos». En otras tablillas usaron un solo «gancho» y, en algunos casos, la deformación de este se asemeja a la forma del cero.
Los matemáticos indios, año 876, Brahmagupta, Mahavira y Bhaskara, utilizaron el cero en operaciones matemáticas e incluso explicaron que “a un número que se le resta él mismo da como resultado el cero” y añadió “cualquier número multiplicado por cero es cero”. El manuscrito de Bakhsali puede ser la primera prueba documentada del número cero con propósitos matemáticos, aunque su datación no es muy precisa. Este concepto del cero se propagó al mundo árabe, europeos y a los chinos transformando los sistemas contables.
La civilización Maya de América Central (año 665) desarrolló también el número cero, pero sin repercusión aparente en otras culturas.
El sistema de numeración maya es considerado como uno bastante completo matemáticamente.
Al tratarse de una civilización con altos conocimientos de la Astronomía y calendarios, tenían necesidad de un símbolo que representara la nada.
Existen creencias de que la Muerte era llamada Cero. Entre celebraciones anuales se organizaba una pelea a muerte entre dos campeones. Uno de ellos actuaba de Cero, quien siempre debía perder. Si no lo hacía, era lanzado por una escalinata para mantener el mundo en armonía.
Curiosamente la civilización romana, tan avanzada en leyes y arquitectura urbanística, no utilizaba el cero. Los números eran letras de su alfabeto; para representarlos – como estudiamos en el colegio – usaban: I, V, X, L, C, D, M, agrupándolas. Para números con valores iguales o superiores a 4000, dibujaban una línea horizontal sobre el «número», para indicar que el valor se multiplicaba por 1000.
El cero nació en la India, pero se bautizó en Europa. Fue el matemático italiano Fibonacci quien popularizó en Occidente el sistema decimal y quien comenzó a usar la palabra zero para designar el símbolo de la nada. El término “sifr”, vacío en árabe, derivó en el latín “zephyrum”, que acabó convirtiéndose en el zefiro italiano y contraído en el zero veneciano, con el que Fibonacci decidió nombrar al “0”. Sin la noción del cero hubiera sido impensable establecer procedimientos para el comercio, la astronomía, la física, la química… Podemos concluir que la humanidad está más segura con el cero.
Me parece atrayente terminar este breve pero curioso artículo con un fragmento del poema de César Brandon sobre nuestro “Cero”.
Uno no quería contar con nadie, y uno no entendía porque era impar si antes de él había alguien.
Y uno no quería contar con nadie, y uno sentía que después de él estaba el infinito.
Y a uno el sentimiento le daba miedo, así que… uno muerto de pavor… se fijó en cero.
Y cuando uno vino a cero, pensó que cero era el número más bonito que había visto y que, aun viniendo antes que él, era entero.
Y uno pensó que en cero había encontrado el amor verdadero, que en cero había encontrado a su par.
Así que decidió ser sincero con cero y decirle… que, aunque era un cero a la izquierda, sería el cero que le daría valor y sentido a su vida.
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