Cada año el 11 de febrero se va celebrando con más frecuencia en los colegios, institutos y demás instituciones educativas, El Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Éste fue aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas con el fin de lograr el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas. Este día es un recordatorio de que las
mujeres y las niñas desempeñan un papel fundamental en las comunidades de ciencia y tecnología y que su participación debe potenciarse.
Con este artículo pretendo homenajear a la matemática rusa, Sofía Kovalevskaya (1850 – 1891), primera mujer que recibió un doctorado en matemáticas y que hizo importantes aportaciones a la teoría de las ecuaciones diferenciales. Al igual que otros genios en esta disciplina, se enamoró de las matemáticas a una edad muy temprana. Según explica en su autobiografía: “aún no era capaz, por supuesto, de captar el significado de estos conceptos, pero actuaron sobre mi imaginación hasta instalar en mí una veneración por las matemáticas, como una ciencia exaltada y misteriosa que introduce a sus iniciados en un nuevo mundo de maravillas, inaccesibles para el común de los mortales”. A los once años las paredes de su habitación estaban empapeladas con apuntes de las clases de análisis diferencial e integral de Mikhail Ostrogradski. Sofía obtuvo su doctorado (Suma Cum Laude) de la Universidad de Götiiingen en 1874 con un trabajo sobre ecuaciones en derivadas parciales, integrales abelianas y la estructura de los anillos de Saturno. A pesar de estos méritos y de las cartas de recomendación de colegas como Karl Weiertrass, su condición de mujer hizo que tardara muchos años en lograr un puesto académico.
En 1884, por fin, empezó a dar clase – cinco años – en la Universidad de Estocolmo. La Academia de la Ciencia de París, en 1888, le concedió un premio especial por su tratamiento teórico de los sólidos en rotación.
Merece además un lugar destacado en la historia porque fue la primera matemática rusa de importancia, la tercera mujer que logró un puesto de profesora de universidad en Europa, después de Laura Bassi (1711-1778) y María Agnesi (1718 – 1799) y la primera catedrática de matemáticas de la historia. Tuvo
que vencer numerosos obstáculos. Su padre, le prohibió estudiar matemáticas y ella estudiaba a escondidas, por las noches cuando todos dormían. En aquellos tiempos, las mujeres en Rusia no podían vivir lejos de su familia sin un permiso paterno, así que se vio obligada a casarse para poder seguir estudiando en el extranjero. Como resumen de su azarosa vida académica nos dejó esta frase: “No
se puede ser matemático si no se tiene alma de poeta”.
Bibliografía consultada: El libro de las matemáticas, Clifford A. Pickover. 2018 Librero b.v. (edición Española).
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